Entre escombros y fantasmas: mi visita al Hospital Abandonado Weißensee (en Berlín)

Ya tenía decidido visitar esta locación desde antes de llegar a Berlín. Alquilé una bicicleta en el hostel, marqué el punto en el mapa, y después de un desayuno pesado empecé el recorrido. Me llevó alrededor de una hora y media alcanzar el parque gigantesco en el que se aloja el hospital.

Antes de seguir, quisiera aclarar que hice todo, todo mal con respecto a las técnicas de exploración urbana; y a quien esté leyendo, le recomiendo fuertemente seguir, al menos, las indicaciones del sentido común (no como yo). Fui solo, a una locación abandonada, en un país que visitaba por primera vez, sin hablar el idioma, sin avisarle a nadie adónde estaba, y sin ninguna documentación. No hagan esas cosas.

Inaugurado en 1911, fue un lugar en el que se trabajaba con terapias de vanguardia, reconocido por su efectividad. Funcional hasta fines de 1980, y poco tiempo después de agregar un nuevo edificio al bloque, el Senado de esa gestión decidió cerrarlo definitivamente y catalogarlo como “Denkmalschutz” (Monumento Protegido).

En 2005 todo el mobiliario abandonado y en decadencia fue comprado por un consorcio ruso, con el plan de convertirlo en un centro de investigación contra el cáncer. Sin embargo, tras años de inactividad y una serie de investigaciones que determinaron movimientos fraudulentos, el Estado reclamó y consiguió la titulación del espacio. Lamentablemente, no hubo ni hay planes futuros para su reacondicionamiento, y se mantiene en un estado completamente derruido.


Llegué al parque, y después de un breve recorrido divisé una gran verja de metal. La fui siguiendo hasta que descubrí el hospital. Ubiqué un agujero en la reja, miré rápidamente a mi alrededor, y pasé en cuclillas. Estaba adentro.


Pasé la primera hora recorriendo las plantas del primer edificio y entrando a todos los cuartos.


Encontré y bajé al subsuelo, que obviamente no tenía luz, y en algunos tramos estuve en absoluta oscuridad. Las pisadas resonaban con fuerza, y el eco repetía los sonidos con mucha intensidad.


Subí hasta el techo, y encontré un anexo de cemento, un piso fino, a muchos metros del suelo, que conectaba al segundo edificio. Atravesé esa distancia y entré por un agujero a la otra parte, construida poco antes de que cerraran sus puertas definitivamente.

En esta ala alcancé la habitación que estaba buscando: “El Cuarto de las Bananas”. Había sufrido un incendio y muchas lluvias, pero aún conservaba su encanto.

 

 
 
Recorrí un poco más, no me quedaba mucho por ver. Ya al anochecer terminé de pasar por los últimos lugares, balcones y algún que otro espacio.


Volví al primer bloque por el mismo anexo, y me perdí buscando la salida. Terminé saliendo por el marco de una ventana, en una torreta diagonal.
Ya no había nadie en el parque, estaba muy oscuro, y hacía bastante frío.